Sueña, hijo, sueña. ¿No ves como las aves del cielo
vuelan sin empleo, apenas salido el sol? Mira el cielo, a las nubes, al sol y
al viento, que no hay cosa más grande que vivir admirando, tan singular y
natural universo.
Padre que soy mayor, siempre tuve al cielo, sol y
viento, sonriéndome y ahora no. No sabes bien lo que sueño, padre cada
noche que mal duermo, sueño por una sonrisa apenas salido el astro. Me
despierto y leo, brindis al sol que amanece para mí, en largos días sin
fin.
Comprendo hijo, te entiendo, sé que no naciste para todo el día mirarlo. Naciste para alumbrar cielo de día... y de noche,
ser antorcha de amor eterno y vida. Tranquilo que en dos días, esto será pasado y tus tenues sonrisas, con ganas las he de ver.
Era Simón en el pueblo, el hijo del enterrador, el único que en el pueblo había. Listo y espabilado, lo que cualquier padre, más
querría.
Apenas diecisiete años, aquel hijo de pobre, coleccionaba dieses y sobresalientes en universidad y master. El sol seguía alumbrando, aunque el camino de sus rayos ya no eran directos, ni había verano....El otoño de ocres rojizos y verdes amarillentos, se les veía como mal presagio, más pálidos que entonces, más enfermos que vivos.
Una entrevista y hubo empleo, una corta jornada y a Simón otra vez se le hizo, el sol invierno. Uno, dos, tres mil empleos.
Uno, dos, tres mil inviernos. ¡Hasta la nieve, caer cuando lo hacía, perdió su
gracia! Uno, dos, tres millones mirando los lunes al sol....A la cola de una
oficina, llamada empleo. Calla, hombre, calla que brotes verdes ya se ven, y aún no ha llegado la primavera.
Así transcurría la historia de los días sin pasado ni
futuro, en un presente infinito...devorando horas, vidas sin sentido,
amenazando el futuro de todos los simones de un pueblo sin remedio.
Sí. Callo, no me hables de optimismo, ni nombres más
los brotes verdes, que no te oímos. Somos dignos, padres e hijos dignos, sin
necesidad de discursos, que el poco pan que resta será mejor repartido que lo
que vos ofrecéis cada lunes en una eterna cola de fingidas ilusiones. No te voy
a medrar. Vive con esa tarjeta que tanto te atrae. Nuestra hambre con el pan
que nos queda, es mejor que tu alma negra, encenagada de miseria.
Sé firme hijo, este viento del mal que estos días
huracana, ya amaina. Sueña. Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus
nidos a colgar, con sus alas tocaran tu cristal, llamándote para jugar. Abre
tus ventanas y una miga de ese poco pan que nos queda, mojada en tu saliva,
ponla en tus palmas y déjalas picar.
Este simón por hijo, son todos mis hijos que como en
la copla murieron, esta vez de pena, pálidos por la sombra de un sol, de tantos
lunes sin luz. Siendo el padre el único enterrador del pueblo, una tarde de
vuelta al cementerio a su propio corazón hubo de enterrar, con paladas de lágrimas en la tierra.
Este padre roto, estos hijos vida de tu vida, tanta
ilusión esparcida en el arroyo del rico y avaricioso, reclama cielo y dios que
siembre justicia para que ellos, a las golondrinas un día al menos, vean sus
nidos en sus balcones colgar.
Sueña, hijo, sueña. Que mañana lunes, anuncia el tiempo que habrá sol, el que calienta y da energía y te devolverá tu franca sonrisa, por más que hayas estado en el archiprielago de Gulag.